El poder y la nada: discursos sin sustancia de Daniel Ortega – TicoVisión
Escrito en 26/08/15 a 05:54:34 GMT-06:00 Por Administrador
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Es evidente que la alternativa escogida por Ortega ha sido la primera, maquillada con un discurso de la primera dama dirigido a la manipulación de las pulsiones y creencias religiosas colectivas, donde las ideas son sustituidas por...

El poder y la nada: discursos sin sustancia de Daniel Ortega - TicoVisión


26 de agosto de 2015 | TicoVisión | Redacción: TicoVisión | Categoría: Análisis | San José, Costa Rica | Tribuna para el Libre Pensamiento




El poder y la nada



Por Julio Icaza Gallard
El autor es jurista, catedrático universitario y analista.


    Las alocuciones públicas de Daniel Ortega, incluida la más reciente con motivo de la celebración del pasado 19 de julio, se caracterizan por su falta de ideas y sustancia. Son discursos anodinos, en el doble sentido de la palabra, es decir, insustanciales y sedativos. Y es que Ortega no es un gobernante que maneje cifras y datos sobre la marcha del país en lo económico y social, interesado en fijarse metas y desarrollar planes y mucho menos evaluarlos. Él es el dueño indiscutido del negocio pero quien administra el día a día, y de una manera peculiar, es la señora Murillo.

    Pero tampoco hay sustancia en los discursos de Ortega porque en el fondo de su pensamiento subyace la creencia de que la política es un asunto de amigos y enemigos, donde no caben términos medios, y donde el objetivo es aniquilar o al menos neutralizar a estos últimos. Si la información es poder, cualquier dato, análisis o ecuación hecha pública significa dar armas al enemigo. De ahí el recurso al secretismo, como uno de los pilares de su forma de gobernar, la mentira en todas sus modalidades, como ocultación, deformación y ficción, con el fin último de anular la crítica. Falsa creencia y vana esperanza: los sondeos de opinión señalan que los pocos medios independientes que subsisten en el país, los más críticos en radio, prensa escrita y televisión, son los preferidos por la población.

    En cuanto a la falta de ideas, es en parte reflejo de la crisis universal de las ideologías, tras el socavamiento de la razón llevado a cabo por la llamada escuela de la sospecha (Nietzsche, Marx, Freud) y profundizada a partir de la caída del muro de Berlín y el final de la Guerra fría. Y digo en parte porque frente a esa crisis de ideas, que es crisis de ideales y de valores, hay dos opciones o caminos. Uno, el de la conciencia cínica, con su secuela de corrupción y autoritarismo; la suplantación cruda y llana de la política por el gansterismo. Otro, el de la ética y el esfuerzo por renovar las instituciones republicanas, regresando a las raíces de la democracia y recobrando la autonomía del “demos”.

    Es evidente que la alternativa escogida por Ortega ha sido la primera, maquillada con un discurso de la primera dama dirigido a la manipulación de las pulsiones y creencias religiosas colectivas, donde las ideas son sustituidas por el esoterismo y la superchería.

    Y es evidente que la falta de ideas es producto de la falta de fines de provecho público. Por eso alguien ha dicho, con justa razón, que Ortega no es de izquierdas ni de derechas, porque no tiene ideología, solamente intereses personales de poder. Así como opera la creencia de que informar es dar armas al enemigo y que enemigo es todo aquel que disiente, igualmente existe la creencia de que detrás de toda idea o ideología lo que hay realmente son intereses humanos y de poder. De ahí que toda idea sea objeto de sospecha y que los discursos políticos sean vistos como parte de una guerra psicológica o estrategia de agitación y propaganda llevada a cabo por los enemigos y no como lo que son: un intento de compatibilizar intereses a partir de planteamientos racionales que inviten a la reflexión, la discusión y el diálogo, bajo el horizonte de posibles consensos.

    Y de aquí también la última creencia o pilar del pensamiento de Ortega y quienes lo rodean, resultado de su profundo y radical nihilismo: la de que ningún diálogo tiene sentido, excepto como táctica o forma de conseguir una tregua que permita, en circunstancias más favorables, retomar el poder absoluto y continuar la guerra.

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