Por Sergio Erick Ardón Ramírez

  Siempre he sabido que el presidente Solís es creyente. Y entiendo también que es católico practicante. Hasta ahí todo normal, la mayoría de la gente en Costa Rica es creyente y católica por añadidura.

  Solís llegó a la presidencia en una circunstancia muy especial, montado sobre un discurso que en lo social era progresista. Reivindicaciones, tanto tiempo postergadas, como el derecho de las mujeres al aborto, aunque con limitaciones, el reconocimiento de los homosexuales como ciudadanos con plenos derechos, la defensa del derecho a tener hijos a las parejas con problemas de fertilidad, la lucha por un Estado laico, entre otras. Él, apoyándose en la vicepresidente Chacón, que ha demostrado bien entender estas reivindicaciones, ha procurado cumplir. Con medidas e iniciativas débiles y temerosas, como es su forma de ser, lo ha intentado, sin que haya encontrado la forma de hacerse acompañar por la gente.

  A todo esto, ¿qué hace la diferencia entre un país que irrumpe en el siglo XXI y uno que se mantiene atado al pasado timorato e hipócrita?, se han opuesto con especial beligerancia y hasta virulencia las iglesias, tanto la católica como las denominaciones evangélicas.