Diario de un recien liberado y exiliado cubano - TicoVisión
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Política

Diario de un recien liberado y exiliado cubano - TicoVisión


Escrito por el propio José Luis García Paneque


18 de Setiembre de 2010
TicoVisión
Autor: Paneque






Desorganizaba y volvía a organizar la celda para no perder el equilibrio psíquico

A modo de recordatorio, fui llevado a prisión durante los hechos de la Primavera Negra de 2003, sucesos en los que 75 opositores del régimen castrista, condenados en juicios sumarísimos a penas entre 6 y 28 años de sanción, sometidos de forma arbitraria a régimen en celdas de aislamiento.

Son recintos con un espacio reducido de alrededor de 3 m2, rectangulares de 3 x 1 metro, con escasa ventilación e iluminación al tener solo una reja de entrada. Son celdas húmedas, estructuradas en dos secciones divididas por un tabique. El primero lo forma una letrina -conocida entre los presos como “turco”- encima del tubo por donde fluía el agua que ponían solo 5 minutos al día y que incluso podía faltar por varios días y un lavadero llamado “patera”. En el otro lado estaba la estrecha cama, incómoda incluso para mí, que soy un hombre de baja estatura.

Como pueden darse cuenta, queda muy poco espacio libre para poder moverse y ahí transcurría mi vida las 24 horas del día, con la excepción de 1 hora para tomar el sol en similares condiciones y aislado. Solo de lunes a viernes, no incluía los fines de semana.

Tuve visitas familiares cada 3 meses y una llamada telefónica una vez al mes por dos años, supuestamente el tiempo en que seríamos sometidos a uno de los métodos de castigo más cruel e infrahumanos que se le pueden aplicar a un hombre, donde se le priva al reo de todo vínculo de interacción social, con el objetivo de realizarle “un lavado de cerebro”.

Es como si el tiempo se detuviera, te ves obligado por las circunstancias a crear mecanismos de protección para superarte a ti mismo y soportar la prueba; de lograr un equilibrio psíquico depende el daño permanente que tendrás que cargar o no en el futuro. Esa es la causa por la que muchos de nosotros hoy llegamos al destierro con un deplorable estado físico y serios problemas de salud.

En mí ha quedado como una marca indeleble lo que se sentía a medida que pasaban los días, semanas, meses. Todo se hacía más duro y difícil.

Para soportar el estado de soledad total, me planificaba una rutina diaria que ocupara todo el tiempo y comenzaba con el alba. Casi siempre coincidía con la llegada del agua, llenaba en los escasos minutos los pomos de agua para beber y cubos para el aseo, mientras esperaba que llegara el desayuno que consistía en agua azucarada que conocíamos como “bunga” o algunas veces algún cereal no muy claro y un pequeño pedazo de pan.

Rezaba las oraciones de la mañana. Recuerdo con devoción como me refugiaba en rezar los misterios del Rosario, esa oración que tantas veces nos recomendara su Santidad el Papa Juan Pablo II.

Después de fregar el jarro, hacía algo de gimnasia, aunque no estaba acostumbrado, pues toda mi vida más bien fui sedentario. Con toda calma me aseaba y hacía lo mismo con la celda, organizaba cada una de mis pertenencias, que no eran muchas, me tumbaba en la cama a leer.

Al principio, clásicos de la literatura universal como El Conde de Monte Cristo, Los Miserables o la biografía de Fuché, era lo típico en las prisiones, además no tenía muchas opciones con visitas familiares tan esporádicas y literatura al principio limitada y censurada. Cuando se acordaban, los carceleros nos traían algún periódico nacional como el Granma, Trabajadores o Juventud Rebelde.

En esos trajines llegaba la primera comida, nada apetitosa y que variaba en cada una de las prisiones a las que fui trasladado. Mejoraba mi alimentación gracias a la bolsa de alimentos que les permitían a mis familiares traerme en las visitas, la que consistía en 25 libras de productos como galletas, sazonador en polvo, aceite, leche en polvo o algún cereal.

Después de almorzar, reposaba un rato o me sacaban a tomar el sol, desorganizaba y volvía a organizar la celda, me sumía nuevamente en la lectura, me bañaba y esperaba la cena, a la que le dedicaba más tiempo. Era todo un ritual tratando de abstraerme del mundo que me rodeaba, evitaba por todos los medios que me cogiera el “gorrión” (la tristeza), pues todo se convertía en un círculo vicioso que podía durar varios días y hacía mucho daño.

Llegaba la noche y la iluminación se hacía muy precaria. Sin otra alternativa, trataba de dormir lo más pronto posible hasta el siguiente día, para empezar todo de nuevo.

Mis familiares se dan cuenta que he traído de la prisión una manía por el orden y la organización, al servir la mesa, hacer la cama, atender las amistades, trato que todo quede al mínimo detalle, para mí algo normal y que no lo noto, pero ellos lo perciben. Aún es tolerable para todos, espero que el tiempo y Dios me dé la oportunidad de superar.

Muchos días nos pasábamos en la captura de alguna novedad, para variar: mirar por las aspilleras por donde entraban la bandeja con la comida cómo algunos pajaritos cazaban moscas en el pasillo de las celdas. Otra forma de entretenernos. Cualquier ruido, por muy insignificante, era objeto de atención.

Es realmente muy triste y devastador para un hombre la vida en esas condiciones y yo la viví.








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