Más adelante, Chamorro agregó que, con la reelección de Ortega, doblemente prohibida por la Constitución, se está consumando la última etapa de un “golpe desde arriba”, en el que un Gobierno que llegó al poder como una minoría política en el 2006 por medio de una elección democrática utiliza el control de las instituciones, en particular las Cortes de Justicia y el Poder Electoral, para demoler el Estado de derecho e imponer una dictadura institucional.

El descontento con los resultados electorales se empieza a manifestar, El Nuevo Diario (26 de diciembre) informa de un nuevo choque armado en el Caribe: “La situación (') se ha tornado compleja, luego de la supuesta aparición de grupos armados que dicen estar descontentos con los resultados electorales”.

Asediado internamente y deslegitimado externamente, Ortega trata de adquirir legalidad a costa de los costarricenses. El orteguismo trata de vestirse de ecológico alegando que una simple vía de lastre causa daños al río San Juan. El río no es más que un recurso simbólico en su discurso para intentar construir una unidad nacional que no han logrado en la práctica de una convivencia, marcada desde siempre por el conflicto y la dictadura.

Daniel atropella nuestra soberanía cuando pretende evitar que realicemos obras en nuestro territorio y encuentra débil eco en algunos falsos ambientalistas y supuestos defensores de minorías que se prestan para su juego al interponer recursos de amparo ante nuestra Sala Constitucional.

La carretera paralela a la frontera es un asunto de legítimo interés nacional, y hace bien el Gobierno en llevar adelante su construcción.

Nuestra acción diplomática ha estado también acertada, pues ha defendido de manera firme nuestra soberanía ante las manipulaciones de una ilegítima corte de justicia centroamericana títere. Nuestra fuerza está en el derecho y no en los helicópteros de la era soviética ni en la instrumentalización de leguleyos entregados al orteguismo.

No podemos perder de vista que esta nueva maniobra de Ortega está íntimamente ligada a la necesidad de relegitimar su Gobierno luego del escandaloso fraude electoral.

Quienes pretendan leer esta nueva táctica como un conflicto de nacionalidades se equivocan; se trata del estertor de un régimen autoritario en busca de respetabilidad internacional y de apoyo interno.

La xenofobia es la respuesta inadecuada, pues no responde a la naturaleza de la agresión del ocultismo orteguista. La respuesta política es desenmascarar el autoritarismo y sus intentos de desviar la presión interna y adquirir alguna respetabilidad internacional.

El autoritarismo de ayer, primero se tiñó del rosado de Rosario Murillo, dejando atrás el rojo de la sangre y el negro de la muerte; hoy, se viste de verde naturaleza y recibe la bendición dudosa de un cardenal oscilante para tratar de ocultar un nuevo atropello al pueblo nicaraguense en las urnas electorales.