Almudena, periodista de 25 años, escogió vivir de una manera nómada - TicoVisión
Escrito en 27/06/10 a 09:47:53 GMT-06:00 Por Administrador
Opinión-Análisis
Almudena, periodista de 25 años, escogió vivir de una manera nómada - TicoVisión


27 de Junio de 2010
TicoVisión
Por María Paredes
Periodista /Periodismo Humano


De cuando en cuando, se juega el tipo y las agujetas arrastrando maletones que la sobrepasan en mucho, de aeropuerto en aeropuerto, rumbo a otra vida. En su hatillo de viaje nunca faltan libros, guías de lugares, un botiquín, ganas y ropa para las cuatro estaciones. Almudena, un terremoto rubio de cuerpecillo menudo y borroso, tiene 25 años y ha rodado ya por infinidad de partes del globo.


Redacción.-Escogió la carrera de Periodismo porque albergaba la idea y la esperanza de que el oficio, en su vertiente de viajes, le permitiera conocer un montón de lugares sin pagar un duro por ello. Y comenzó a viajar sin freno cuando, estudiando en los pupitres de la Complutense, le concedieron una beca Erasmus para estudiar durante un año en Chipre. En la isla greco-turca compaginó las asignaturas de la carrera con un trabajo parcial en una gran cadena cafetera. Sus días transcurrían entre servir sonrisas humeantes en tazas de capuchino y pasear la ciudad arriba y abajo cuestionándose las calles, el porqué de un conflicto arrastrado a toda costa en el tiempo. Y empezó a desarrollar una conciencia más crítica al constatar que Chipre era un país en el que el capitalismo se había instalado fieramente allá donde los servicios públicos carecían de las condiciones necesarias. Un país en el que existían por doquier cadenas industriales, franquicias de comida y de ropa, pero en el que, en cambio, las paredes de los hospitales se recubrían de un pegajoso moho y las escuelas pedían reformas a gritos.

Después de la experiencia chipriota, una beca para ser la redactora de un periódico local sobre inmigración en Florida, Estados Unidos, le permitió asomarse a la cara más pobre del país más rico del mundo. Almudena pasó seis meses conociendo a diestro y siniestro las historias de inmigrantes sin papeles en el estado americano, de familias luchadoras que habían emigrado buscando mejores oportunidades fuera de su tierra y tramaban ser felices jugando siempre al despiste con los agentes de inmigración. Fue allí donde comenzó a pasar, tímidamente, del viajar por disfrutar al viajar por conocer y –si llega el caso-al viajar para denunciar situaciones injustas.

Y quiso más. Ya se había enamorado irremisiblemente de vivir con lo justo y de mirar con las lentes de las diferentes culturas. Así que se cruzó de latitud llegando a Bologna, en Italia, donde cursó un diploma en Relaciones Internacionales. A diferencia de los años anteriores, el que pasó en la vieja bota le deparó unos meses más intelectuales y menos de toma de tierra. Estudió el sentido en el que giran las agujas de las relaciones entre países ricos y sobre todo, entre países ricos y pobres. Estudió el porqué de la deuda externa. Se fundó una opinión acerca de por qué, por ejemplo, el continente africano seguirá siendo pobre si los estados ricos siguen enviando ayuda al desarrollo, en lugar de dar el impulso necesario para que se valga por sí mismo. Y fruto de todo ello, le picaron las ganas de volar a África a entender, sobre el terreno, muchas de las cosas que había estudiado en la biblioteca de la universidad de John Hopkins.

Ruanda la acogió con una pensión sin agua para ducharse y un trabajo de ayudante del jefe del departamento de Agua, Higiene y Servicios Sanitarios de UNICEF en el país. Pero más allá de evaluar los proyectos sanitarios llevados a cabo en algunas regiones, la experiencia de dos meses en las entrañas africanas le valió para comprobar que algunos ruandeses no perdonan que el mundo occidental les diera la espalda cuando hace 16 años se desató el terrible genocidio entre las etnias hutu y tutsi. Recopiló testimonios y retrató el país, sabedora de que la única ardid para evitar que se repitan los grandes errores de la historia es difundirlos. Y que las nuevas generaciones se prevengan así ante ellos.

Almudena ya no trata de viajar sin más, por la patilla. Viajar se ha vuelto su forma de vida y a través de ella ha diseñado un interés creciente por el desarrollo internacional y las palabras como puente entre fronteras. Ella no pretende ser turista. No quiere sólo ser curiosa. Y tampoco le apetece ser siempre objetiva, periodísticamente hablando, porque cree que es necesario denunciar las situaciones injustas posicionándose ante ellas.

Aunque lleva el corazón muy lleno, con peso, y amiga con cientos de almas en cada puerto, no se libra de las noches frías, del pesar de no haber elegido la línea recta. En su maleta, siempre, el poema ‘Las Razones del Viajero’, de García Montero, le para los golpes de las ausencias cuando estas llegan traicioneras.

Ahora vive en Nueva York, como siempre temporalmente, y dará sus próximos pasos en Perú, trabajando para un periódico limeño. Después, quién sabe. Cualquier lugar que acoja sus pasos decididos y su ansia de entender y devorar diferentes formas de vida. La suya es sentirse un poco de todas partes.


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