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Media luz al final del túnel: Crisis económica de España - TicoVisión |
Publicado en 29/07/13 a 10:11:01 GMT-06:00 Por Administrador |
Aunque la economía española ha demostrado en el pasado -y sucesivas veces- una portentosa capacidad de recuperación bajo el influjo de estímulos adecuados, esta vez los excesos... Vigo, 29 de julio de 2013.- El Gobierno español prevé una inminente salida de España de la recesión, pero esto no implicará por sí mismo el final de la crisis. No decrecer no es sinónimo de crecimiento, creación de empleo, aumento del dinamismo, recuperación de la demanda y desendeudamiento de empresas, familias y administraciones. España ya salió una vez de la recesión -lo hizo a comienzos de 2010- y tuvo crecimientos positivos de su PIB en tres trimestres de 2010 y en dos de 2011 sin que por ello dejase atrás la crisis internacional y la específica del país. Ni tan siquiera el descenso del paro en el pasado trimestre es un hecho sin precedentes, dado que ocurrió dos veces antes (tercer trimestre de 2010 y segundo trimestre de 2011), aunque esta vez el fenómeno ha sido más intenso. En la economía española se aprecian datos favorables y esperanzadores pero también indicadores que siguen sembran- do pesadumbre. El FMI dictaminó este mes que España no levantará vuelo antes de 2015. Hace sólo tres meses que el Gobierno español anunció (26 de abril) un horizonte muy pesimista que aventuraba un final de legislatura con más paro del que encontró cuando llegó al ejecutivo. Y el contexto internacional sigue sin despejar el horizonte de incertidumbres. Este viernes, el economista jefe del Banco Central Europeo (BCE), Jürgen Stark, vaticinó que la crisis "se recrudecerá este otoño". Y muchos economistas españoles vienen recomendando que se espere al final del verano, ya desprovistos del efecto fuertemente estacional de la economía española, para verificar con fiabilidad en qué medida la reforma laboral de Rajoy es eficaz. Todo aconseja, pues, extremar la cautela y la prudencia. Alimentar el derrotismo, como ocurrió en los cinco primeros años de la crisis, detrae energías y contribuye al deterioro porque la economía también está condicionada por las percepciones y los estados de ánimo. Pero incurrir en espejismos que luego resulten engañosos sería frustrante y un golpe severo a la confianza colectiva de los agentes económicos. Frente a la leve atenuación del paro, la fuerte moderación en la caída del PIB (España decreció sólo una décima en el último trimestre) y la mejora del sector exterior, existe la realidad de más de 5,9 millones de parados, una colosal deuda externa de 2,3 billones de euros -de la que el 85% es privada-, el temor -según los economistas de Fedea y otros- de que España no logre -un año más- cumplir con su compromiso de atajar el déficit fiscal pese a la mayor holgura concedida por la UE (6,5% del PIB en 2013), una recaudación tributaria que sigue en retroceso, una deuda pública que es la tercera de la eurozona que más rápido está creciendo en lo que va de año, una "burbuja" inmobiliaria que aún no se ha digerido y una morosidad financiera al alza y en niveles récord pese a la creación del "banco malo", entre otros desequilibrios y anomalías acumulados. En este contexto, uno de los escenarios posibles es que, una vez atajada la recesión (caída del PIB y fuerte destrucción de empleo), se produzca no una revitalización inmediata y vigorosa, sino una salida lenta y larga de la crisis. Aunque la economía española ha demostrado en el pasado -y sucesivas veces- una portentosa capacidad de recuperación bajo el influjo de estímulos adecuados, esta vez los excesos en los que incurrió el país en el periodo del raudo crecimiento económico fueron demasiados intensos, como evidencia un endeudamiento que es hoy 17 puntos de PIB superior a la media de la eurozona en el caso de los hogares y 23 puntos en el caso de las empresas, y una deuda externa del 230% del PIB, todo lo cual exigirá un proceso de prolongada digestión. Con la euforia económica ocurre igual que con la etílica: la duración de los efectos de la resaca son proporcionales a la sobredosis ingerida. Si eso ocurriera, se trataría de una salida de la crisis en forma de "L", según uno de los recursos visuales que utilizan los economistas para plasmar un escenario de largo estancamiento y lenta depuración de los desequilibrios acumulados en el pasado. Que la situación está lejos de haberse estabilizado lo ponen de manifiesto datos tales como que los procesos concursales de empresas crecieron el 34% hasta junio -en la UE y EE UU ya están decreciendo-; que las ventas de viviendas, que parecían reanimarse en abril, volvieron a caer en mayo; que, pese a la subida de impuestos, la recaudación tributaria siguió a la baja con un retroceso del 4,4% hasta mayo -aun cuando el descenso tiende a ralentizarse- y que el crédito bancario no fluye y que, cuando lo hace, incorpora sobrecostes en proporción a la mayor percepción de riesgo y a las fuertes exigencias de provisiones y dotaciones impuestas por los reguladores. El sector exterior tiene un comportamiento favorable, impulsado sobre todo por el abaratamiento de costes laborales que agudizó la reforma laboral del PP, por el aumento de la productividad obtenido por la vía de la destrucción de empleo y también por la caída de las importaciones como consecuencia del desplome de la demanda interna. Pero la mejora del saldo exterior no es novedoso: viene ocurriendo desde el origen de la crisis. Y tampoco se puede garantizar la continuidad de esa tendencia en la medida en que está supeditada no sólo a la competitividad propia sino también a la evolución de la demanda internacional, sobre la que persisten incógnitas. Ahora mismo están contribuyendo más a la mejora del saldo exterior y a la corrección del crónico déficit español por cuenta corriente las exportaciones (crecieron el 7,4% en los cinco primeros meses) que el retroceso de las importaciones (-3,2%), pero, en cuanto se percibe un repunte de la demanda interna y una menor caída de las importaciones, se vuelve a ampliar el saldo negativo. Hay muchas dudas de que la economía española -con una inveterada dependencia de la demanda interna- sea capaz de remontar y crear empleo en tasas suficientes sólo con el aumento de su cuota de mercado internacional. Porque, por más que son cada vez más las empresas que salen al exterior forzadas por el desplome interno, un vuelco de esa naturaleza en las fuentes del crecimiento español supone una tarea ciclópea que no es verosímil completar en el corto plazo. El contexto internacional tampoco está despejado. España, aunque ha redirigido buena parte del aumento de sus ventas en el exterior hacia terceros países, sigue dependiendo del mercado comunitario en el 50% de su actividad exportadora y la UE está lejos de haber abandonado el marasmo, como puso de manifiesto el FMI esta primavera al distinguir "tres velocidades" en la economía internacional y situar a Europa a la cola de ellas. La ralentización que se percibe en la marcha de los países emergentes, la rectificación de la Reserva Federal de EE UU al aplazar cualquier decisión de retirada de estímulos, el anuncio por Japón de que podría inyectar más vigor a sus políticas expansivas y la reducción de la tasa oficial de interés por el Banco Central Europeo el 2 de mayo apuntan a que no existe una nítida percepción de que los problemas se hayan superado. Un informe elaborado por técnicos del FMI y conocido el día 19 apuntó al riesgo de nuevas turbulencias en los mercados y a que el crecimiento pueda ser "menor de lo previsto debido al prolongado periodo de estancamiento en la zona euro, mientras que el riesgo de una mayor desaceleración en los mercados emergentes se ha incrementado". Su directora-gerente, Christine Lagarde, dijo dos días antes que la economía de la zona euro aún "podría volver a empeorar antes de mejorar". Ante esta eventualidad la situación interna española tampoco es muy favorable. La economía española está lastrada para levantar vuelo por sí misma, y con plomo en las alas, a causa de un endeudamiento privado elevadísimo. Durante cinco años se convenció a los españoles de que la causa de la crisis era la deuda pública cuando en realidad el endeudamiento de las administraciones fue -al igual que la destrucción de empleo en el sector privado- no los desencadenantes sino dos de las consecuencias de la crisis. La paradoja es que, tras haberse instaurado durante un lustro el axioma repetitivo de que España no podría salir jamás de la crisis sin atajar antes el déficit fiscal y el endeudamiento público, ahora se está diciendo a los españoles todo lo contrario y se afirma que España está en el comienzo de la recuperación y de la salida de la crisis justo cuando la deuda pública en relación del PIB está en un nivel récord, acaba de rebasar este año por vez primera la media de la UE (aunque aún no el promedio de la eurozona), ha aumentado en 202.373 millones desde que se constituyó el actual Gobierno y, según la oficina estadística europea (Eurostat), somos el tercer país del euro en el que más rápido está creciendo este año el endeudamiento estatal. Pese a ello, la prima de riesgo española (296 puntos básicos) ha seguido relajándose respecto a los máximos históricos de hace un año (649 puntos en julio de 2012). Pero esto no obsta para que, aun cuando pueda parecer por ello que es un problema superado y resuelto, siga en niveles de mediados de 2011, cuando se decía que era un diferencial insoportable y que estaba arruinando a España. El descontrol de las cuentas públicas sigue sin haberse atajado pese a los recortes, los ajustes, los sacrificios y las subidas de impuestos y para 2014 el Gobierno ha elevado su techo de gasto el 2,7%, mientras que en los cinco primeros meses de este año el Estado ya había consumido más de la mitad del déficit pactado con la UE para todo el ejercicio. La reducción de los tipos oficiales de interés y las políticas monetarias expansivas de EE UU, Reino Unido y Japón favoreció la vuelta de capitales e inversores extranjeros a las subastas de deuda española en busca de rentabilidad pero la inversión de capital-riesgo internacional en empresas españolas registró en lo que va de año el peor semestre desde que comenzó la crisis. El último recurso esperanzador emana del paro, el más dramático aspecto de la economía española. El aumento de los cotizantes y el descenso del desempleo en los últimos meses son buenas noticias pero no garantizan por ahora una tendencia consolidada y segura. Aunque más favorables que en periodos análogos de ejercicios precedentes, esta mejora en primavera-verano están mediatizados por las características y estructura de la economía española, que acentúa su actividad y la demanda laboral en este periodo del año por el peso del turismo y de otras actividades estacionales. Convive además esa mejora con un aumento del éxodo de población y pérdida demográfica española: España está perdiendo habitantes censados por vez primera desde 1998 y se ha producido un descenso paralelo de la población activa (cayó en 273.000 personas en los últimos doce meses), lo que delata la marcha de parados a otros países en busca de empleo tras agotar sus esperanzas de hallarlo en España. Hay además un importante aumento de la cifra de autónomos, muchos de los cuales previsiblemente son parados que han optado por auto emplearse, por lo que habrá que esperar para constatar si logran consolidarse como tales. Hay también un retorno de desocupados a las aulas para formarse y capacitarse. Y existe el desánimo de los que ya nada esperan y no se apuntan en las oficinas del desempleo. Buena parte del empleo generado se está produciendo en ocupaciones temporales y a tiempo parcial, y muy concentrados en el sector servicios, lo que sugiere que la inestabilidad política en destinos competidores de España, como el Magreb, podría estar beneficiando al sector turístico español, que este año prevé cifras récord de entradas. Con todo, el paro, pese a la mejora, sigue en niveles inauditos: 5,977 millones de personas (26,26% de la población activa), lo que supone el peor registro de la serie histórica con la salvedad de la tasa del primer trimestre de este año, y un nivel de desocupación sólo superado en Europa por Grecia. La OCDE alertó el 16 de julio del riesgo de que se enquiste en España no ya el paro, sino el paro estructural o de largo plazo. El Gobierno cree que, gracias a su reforma laboral, sólo se necesitará un crecimiento del 1% del PIB (y no del 2%, como ocurría antes) para que España pueda generar empleo neto. Con independencia de cuáles sean las características de esa ocupación futura y su nivel de precariedad, la propia estimación del Gobierno (la anunció el ministro de Economía, Luis de Guindos, el jueves) obliga a dudar de la sostenibilidad del empleo ahora generado cuando España aún está lejos de haber recuperado la senda positiva del PIB y sigue decreciendo, aunque apenas sea una décima, como ocurrió en el último trimestre. Para crear empleo sólido y duradero no sólo hay que haber entrado en tasas positivas de crecimiento económico, sino que el PIB debería crecer por encima de lo que haga la productividad. Para resolver todas las zozobras que aún amenazan a la economía española, lo que se necesita, por consiguiente, es crecimiento del PIB, dinamismo y demanda. Si no es así, existe el riesgo de lo que el ministro español de Economía definió el 14 de julio como una nueva "salida en falso" de la crisis. |
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