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Para salir del providencialismo - TicoVisión |
Publicado en 17/08/10 a 11:04:48 GMT-06:00 Por Administrador |
17 de Agosto de 2010 TicoVisión Por Andrés Pérez Baltodano Doctor en Ciencias Políticas Redacción.- Es posible que mi insistencia en la necesidad de analizar y deconstruir la cultura religiosa nicaragüense, para desnudar su relevancia, contenido y sentido político, empiece a aburrir a algunos de ustedes. Voy, sin embargo, a seguir hablando de este tema en ésta y dos entregas más, antes de tratar más directamente temas como la democracia, el Estado, los derechos ciudadanos, la sociedad civil y otros. Lo hago para responder algunas preguntas pendientes sobre el tema de nuestra cultura religiosa y, además, por estar convencido de que es imposible entender por qué somos como somos y por qué estamos como estamos, si no logramos identificar las raíces religioso-culturales de nuestra debilidad institucional. Sigamos. Asumamos que por un acto de magia hiciéramos desaparecer hoy la idea y hasta el recuerdo del Dios de la tradición judeo-cristiana en Nicaragua. ¿Con qué llenás ese vacío normativo? ¿De dónde te agarrás para establecer las definiciones socialmente necesarias del bien y el mal, de lo justo y lo injusto, de lo moral y lo inmoral? ¿Quién se encargaría de formular estas definiciones? ¿Chicón Rosales? ¿El Banco Mundial? ¿Algún exótico gurú? Nada le gustaría más a los que controlan hoy el poder en nuestro país, que sobre Nicaragua descendiera una tormenta que borrara de nuestra memoria, las definiciones judeo-cristianas de la justicia y la libertad que, aunque maltrechas y abusadas, forman parte de nuestra infraestructura colectiva mental. Nada le gustaría más al Consejo de Comunicación que dirige Rosario Murillo, que esta tormenta transformara la mente colectiva de los nicaragüenses en una hoja en blanco que ella podría usar para re-escribir estas definiciones. Estoy seguro, sin embargo, que Doña Rosario no cree en la posibilidad de un ataque de amnesia colectiva en nuestro país. Ella, además, entiende que el cristianismo –como todo cuerpo de ideas— es maleable y está sujeto a múltiples interpretaciones. Así, en vez de proponerse eliminar o ignorar el cristianismo en Nicaragua, el FSLN de la familia Ortega-Murillo se ha dedicado a hacer tres cosas: aprovechar el providencialismo dominante, apoderarse gradualmente del capital simbólico del cristianismo nicaragüense; y, finalmente, comprar las conciencias de algunos de los más lucios sacerdotes y pastores de nuestro país. Frente a este panorama, olvidar o ignorar que el cristianismo es, queramos o no, una dimensión integral de la cultura y práctica política en Nicaragua, es dejar en manos del orteguismo el enorme peso y poder que tiene esta tradición religiosa en nuestra sociedad. Pero hay algo más: abandonar o ignorar el cristianismo significa abandonar el cuerpo teórico y filosófico del que se nutre la racionalidad que, casi siempre sin saberlo, usamos para reclamar y protestar frente a los atropellos y abusos del gobierno. La democracia, los derechos ciudadanos y el Estado de Derecho que tanto reclamamos tienen su principal raíz en el doloroso, complejo y contradictorio desarrollo del pensamiento cristiano. Por eso, las ciencias sociales y la filosofía hablan del liberalismo como una versión secular del cristianismo; y del socialismo, como una extensión y profundización del liberalismo. Hablo de la filosofía liberal de Rousseau, Locke y Amartya Sen; no de los sin sentidos y falacias de Arnoldo Alemán y Eduardo Montealegre. En el cristianismo, entonces, podemos encontrar el germen de nuestros peores defectos culturales, pero también el de nuestras más nobles aspiraciones. El asunto, entonces, no es luchar contra el cristianismo como si se tratara de un pensamiento monolítico y absolutamente definido. El reto es cómo hacer para que nuestra tradición judeo-cristiana logre dar sus mejores frutos y evitar el tipo de manipulaciones y distorsiones que de esta tradición se hacen en Nicaragua. Para aprovechar lo mucho de positivo que ofrece esta tradición, no es necesario re-escribir la Biblia, como sugiere Luis M. en su correo de hace dos semanas. Lo que necesitamos hacer es reinterpretar las visiones de Dios, el poder y la historia que son dominantes en nuestro país. ¿Cómo lograrlo? En vez de una fórmula, pensemos en los ejemplos de Martín Luther King y el uso que este gran líder hizo de la tradición judeo-cristiana para legitimar su lucha por los derechos de los afro-americanos. Pensemos en la lucha de los homosexuales y lesbianas anglicanos que, hace tres semanas, en el desfile anual que celebran en Toronto para celebrar sus victorias y su lucha por la consolidación de sus derechos ciudadanos, le recordaban al mundo en sus pancartas que ellos también eran ¨hijos e hijas de Dios¨. Invitación a encuentro Pensemos en Costa Rica, una sociedad que mediante el gradual desarrollo de sus niveles de educación ha logrado superar lo peor del pragmatismo resignado que a nosotros nos ahoga. El caso costarricense no es un misterio: una mente educada va, casi siempre, a problematizar y modernizar su interpretación de la idea de Dios y de la historia. Esto no sucede de la noche a la mañana. Tomó siglos en Europa y tomará mucho tiempo más para que Costa Rica resuelva las contradicciones y tensiones que todavía marcan la relación entre su cultura religiosa y su cultura política. Un ejemplo de estas contradicciones: En pleno siglo XXI, la constitución costarricense establece que la religión católica es la religión oficial del Estado. Las nicaragüenses decretamos la separación entre Iglesia y Estado en 1893. Así, en términos estrictamente formales, nosotros estamos más avanzados que los costarricenses. Esto, sin embargo, es un espejismo. En el ámbito de la realidad político-cultural donde opera el poder, nosotros estamos muy atrás de los vecinos del Sur. Comparemos, por ejemplo, la manera en que Nicaragua y Costa Rica enfrentaron el Tratado de Libre Comercio (TLC) con los Estados Unidos. En Nicaragua no hubo discusión. Con pragmática resignación vimos pasar ese tratado por las manos de los legisladores de nuestro país y, a través de los medios de comunicación, nos enteramos que lo aprobaron. En Costa Rica, por el contrario, la población que estaba en contra y a favor, se movilizó de manera espectacular generando un debate nacional sin precedentes. ¿Qué nos dice esto? Yo arriesgo una respuesta: Los niveles de pragmatismo resignado son mayores en Nicaragua que en Costa Rica y esto está ligado al hecho de que la educación en este país vecino ha logrado atenuar el peso del providencialismo del que se alimenta el pragmatismo y la resignación. Puesto de otra manera: los costarricenses, más que los nicaragüenses, viven y practican la fe secular de la democracia que los hace sentirse dueñas y responsables de su historia. No se han liberado del yugo del providencialismo, pero lo están haciendo. Los logros de su desarrollo son palpables, a pesar de la embestida del neoliberalismo contra la función social del Estado; y a pesar del inmenso poder que tiene el Opus Dei y otras organizaciones religiosas conservadoras en ese país. Nosotros hemos perdido el tiempo que Costa Rica ha aprovechado para avanzar culturalmente. Por eso es que las nicaragüenses tenemos que pelear simultáneamente en varios frentes: en el de las políticas públicas para mejorar nuestro sistema educativo y nuestra economía; y en el de la teología, para erradicar el peso del providencialismo en nuestro país. Y que nos perdonen los teólogos: el tema de Dios es demasiado político y demasiado importante para dejarlo en manos de su honorable profesión. |
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